viernes, 5 de julio de 2019

SERIE NO LO LLAMES - NOELIA AMARILLO


La convivencia no es fácil en una comunidad de vecinos. En la mía hay malentendidos, vecinos cotillas, niños ruidosos, ancianas de rígidas tradiciones, mujeres de disipadas costumbres (por lo visto, una de esas soy yo), divorciadas rompepelotas, apuestos metrosexuales y, aunque te cueste creerlo, hasta un par de personas que están en sus cabales. Bueno, más o menos... 

En medio de esa fauna urbana habito yo. Y vivo, mejor dicho, vivía, muy tranquila, hasta que me he vuelto loca por un nuevo vecino... Es un hombre solitario, de mirada taciturna y labios golosos que se ha instalado en el edificio hace un par de meses con su abuela, que, por cierto, es mi enemiga acérrima. ¡Estoy pensando en liarme con él solo para molestarla!

Aunque claro, el que cada vez que lo veo me muera por besarlo es un plus. Y si esto no fuera suficiente para alterar mi (escasa) paz mental, ahora también tenemos a un macabro bromista que se dedica a dejarnos regalitos en los descansillos de la escalera. ¡Espera a que lo pille!



Yo era una mujer felizmente casada, con dos hijas maravillosas y un marido estupendo. O eso creía. Porque hace seis años descubrí que me estaba poniendo los cuernos. Pero, ojo, no unos cuernos pequeñitos y disimulados, no. Unos que envidiarían incluso los miuras de pura raza. Grandes, voluminosos y afilados. De esos que todo el mundo ve menos la interesada, que, en este caso, era yo. Así que dejé de estar felizmente casada. Me divorcié, me compré un piso tan lóbrego como mi alma y me mudé a él con mis hijas. 

Comencé una nueva vida, conocí a nuevos amigos y poco a poco el rencor que sentía hacia el género masculino de mi especie fue desapareciendo. La cuestión es que estaba muy cómoda con mi nueva vida repartida entre mi trabajo, mi familia y mis amigas. Hasta que, de repente, llegaron ellos. Sí, dos a falta de uno. Y radicalmente distintos el uno del otro. Al principio no es que me hiciera mucha ilusión despertar su interés, pero qué queréis que os diga, seis años practicando sexo única y exclusivamente conmigo misma son demasiados años. 

Así que me estoy planteando tener un affaire. Bueno, dos en realidad.




El amor no es tan maravilloso como lo pintan. El amor es deseo, caricias y risas, pero también traición y dolor. Es agonizar hasta desaparecer, hasta darte cuenta de que no eres capaz de reconocerte ante el
espejo. He amado con locura. Por amor he soportado mucho más de lo soportable, he llorado y he sangrado. Me he roto en pedazos y he tardado meses en volver a ser poco más que una sombra del hombre que era. Así que no pienso caer en el mismo error. Porque amar es un enorme y terrible error.


Y no me importa si ella es dulce, divertida y leal. Si me descubre su corazón en cada sonrisa. No importa que me falte el aire cuando ella no está a mi lado. No voy a cometer el error de enamorarme de ella. Porque el amor duele, desgarra, exige y, al final, mata. Y yo no sé si podré resurgir de mis cenizas de nuevo.


Me gusta el sexo. Mucho. Pero no por el éxtasis que conlleva, o al menos no solo por eso, sino porque cuando estoy perdido entre el placer, el deseo y la necesidad es el único momento en que puedo dejar de pensar en lo que hice. En el daño que provoqué. En el precio que me tocará pagar cuando me atrapen.

Porque tengo claro que va a ser así. No puedo escapar. No sé cómo hacerlo. 

Llevaba huyendo tanto tiempo que ya ni siquiera sabía cuál era mi lugar en el mundo, hasta que di con Calix e Iskra. Y los deseé con locura. Tanto que me volví descuidado y olvidé fortificar mi corazón.

Pero no fueron ellos los que se colaron en él a través de las grietas que se abrieron, sino la Reina del Infierno. Y la deseo mucho más de lo que sería prudente.

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