No hay otra salvación para lady Schellin que la que puede buscar en sí misma. No hay otra salvación que la que los afectos, las amigas, ese grupo de mujeres con el que comparte un ideal, con el que luchan por ser iguales, le pueden dar. Después de descubrirse, de reconocerse como una mujer antes que como una lady, entonces también puede rescatarla el amor.
Antes de ser lady Schellin, antes de casarse de manera impetuosa, casi por despecho, con los halagos y las atenciones de un hombre que pronto las dejaría de lado, Anna Sinclair era una joven alegre, radiante, vivaz.
Unos años después, tras un matrimonio sin placer ni complicidades, tras una viudez prematura y casi un alivio, lady Schellin se ha vuelto una joven mujer introvertida, un tanto dura, melancólica. Vive en la campiña, en la propiedad que ha heredado de su marido, alejada de la ciudad y de los vínculos sociales.
Un compromiso familiar la devuelve a Londres para acompañar a su cuñada en los últimos meses del embarazo. También la devuelve a las fiestas, al roce con los otros. Allí vuelve a ver lord Benedict Cahill, hermano de una amiga, con quien comienza una tensa amistad. También comienza a reunirse con las sufragistas y participar en las manifestaciones que reclaman el derecho al voto de las mujeres.
Poco a poco, la melancolía comienza a evaporarse, la soledad muta en compañerismo dentro de un grupo de mujeres que se organiza, la desconfiada amistad con lord Cahill parece cambiar por un anhelo, por la promesa de un placer tanto tiempo negado.
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